Pobre puede ser cualquiera, o casi | Sociedad | EL PAÍS
"Adiós a los tiempos boyantes, cuando amortizaban la hipoteca con reembolsos anticipados y vertiginosos. En cuatro años habíamos logrado pagar 29 de los 30 años del préstamo”, relata Carmen a la entrada del comedor. Hasta que llegó el hachazo, en marzo pasado: “Nos quedaba un año por pagar, pero el banco se quedó con el piso”, explica Carmen, de origen uruguayo.
"La crisis se llevó la empresa, el piso, el bienestar, pero el zarpazo no paró ahí. El hijo de Carmen está ahora en un centro de menores: “Robó para intentar ayudarnos”. El marido sobrevive en una granja, “ordeñando vacas”. Y Carmen duerme en uno de los pocos albergues que en Madrid admiten a mujeres —disponen de un cuarto de las 1.200 plazas, según el Ayuntamiento—. “Al principio crees que te vas a volver loca”, dice esta mujer que sueña con abandonar España para volver a empezar lejos con su familia. “Lo más duro de perder el nivel de vida es no tener un lugar propio, aunque fuera una habitación”, asegura. Así evitaría tener que pasar el día en la calle: el albergue cierra desde las diez de la mañana hasta las seis de la tarde. “En mi situación se sufre mucho, pero se aprende mucho. La gente no debe olvidar que, por muy arriba que esté, se puede caer muy abajo. Todos somos seres humanos y esto le puede tocar a cualquiera”, recapitula."
Así se puede resumir la historia de una familia uruguaya...
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