Un gauchito pensativo...

https://www.blogger.com/blogger.g?blogID=7788899250286389627#allposts

viernes, 27 de abril de 2018

Mujer y hombre

Enrique Tierno Galvan en un bello librito publicado por Tecnos en 1986 y titulado "El miedo a la razón", publicó las siguientes líneas (págs 117 a 121 de la 2ª edición, junio 1986). Las mismas son densas, pero están escritas con esa calidad especial de su autor y realmente vale la pena leerlas con atención y diccionario, para acercarse en profundidad y de un modo dialéctico a los graves problemas que enfrenta hoy nuestra cultura.

"La idea de la inferioridad de la mujer respecto del hombre es una idea alentada fundamentalmente por la cultura hebreo - occidental. En las culturas primitivas no hay conciencia de la relación superioridad-inferioridad, sino la distinción funcional de apto para una cosa - apto para otra. Los antropólogos insisten en que la relación hombre - mujer en las civilizaciones primitivas se puede simbolizar en dos esferas autónomas sólo en algunos aspectos tangenciales. La autonomía, que en algunos casos es autonomía cultural, se construye esencialmente sobre las diferencias de la estructura biológica: la mujer aparece como ooquedad, el hombre como saliente, la mujer adopta formas especiales de postura para la micción diferentes a las del hombre; el desarrollo de las diferencias sexuales lleva a la esteatopigia o a la megafalia, pero las diferencias que nacen de la estructura no sugieren la relación de un superior a un inferior. Las diferencias funcionales llevan con frecuencia a la superioridad mágica de la mujer sobre el hombre, de modo particular durante el proceso de la gestación y el trauma del nacimiento. En el orden social el trabajo de la mujer es tan importante y respetado como el del hombre, sin que se perciba la conciencia de superioridad ni biológica ni cultural. En el mundo mágico primitivo hombre y mujer tienen la misma subjetividad y diferente objetividad. Con la aparición, tal y como la percibimos, de la sociedad de mercado y la cultura correspondiente, la mujer se escinde. Por una parte, es fuerza de trabajo, por otra fundamento de reproducción, en tercer lugar objeto de placer sexual y centro de sublimación estética. En los tres sentidos significa inferioridad y pasividad. En cuanto a la fuerza de trabajo la ejerce la mujer para un empresario privado, el marido, a cuya condición se superpone después el ejercicio simultáneo de más fuerza de trabajo, en cuanto obrera, trabajadora, para un empresario jurídicamente explícito, el dueño del taller, de la fábrica, etc. De este modo la mujer es fuerza reproductora, asalariada y objeto de placer, siempre en beneficio de otros. La fundamental contraprestación que la mujer recibe es de carácter social y psicológico y se refiere fundamentalmente a sentirse centro de atracción, placer y deseo. La relación hombre y mujer cambia en cuanto objetivamente no coinciden y subjetivamente son en extremo diferentes. La intimidad femenina no es la intimidad de la hembra que vive con el macho, sino la intimidad de la mercancía: es la única mercancía con intimidad además del esclavo. Este hecho insólito se produce y matiza según tres momentos: uno inicial, que se extiende hasta el fin de la adolescencia en el que la mujer cobra conciencia de que es un bien que se vende. Un segundo período en el que la venta se perfecciona, bien para el esposo, bien para otro hombre de la colectividad. De no ocurrir así, la cosa-conciencia queda frustrada y en situación de centro de referencia de cualquier desprecio. El tercer momento es el de la masculinización explícita. Durante los otros dos anteriores ha habido por parte por parte de la cosa-conciencia esfuerzos para presentarse como lo anti-hombre, aunque en el fondo toda la vida de la mujer es un continuo esfuerzo por imitar al macho y sustituir al hombre. Esta masculinización se produce también por razones hormonales, pero las causas que de verdad influyen son las que atañen a la cultura, que producen una continua acción mimética en los ademanes y modos de interpretar la convivencia. En el último período la cosa-conciencia reduce al mínimo la capacidad reflexiva. Según se parece más al hombre, la relación dialéctica tiende a borrarse. Quien no ve así la cuestión tiende al engaño, como en el caso de Kierkegaard, que reflexionó reiteradamente sobre la relación hombre-mujer y no entendió que son relaciones de desigualdad en las que el hombre se busca a sí mismo a través de la cosa-conciencia, a la que han educado para halagarla y a la vez despreciarla.
La propia sociedad burguesa ha hecho que la mujer progrese hacia un nivel de igualdad con el hombre dándole conciencia crítica a través del trabajo. El trabajo produce enajenación, pero a la vez, en ciertas condiciones, conciencia crítica. Según la mujer salía del ámbito del marido-empresario, se liberaba de su cosificación, pero el alto precio de adquirir la misma clase de libertad de que gozaba el hombre, la libertad burguesa. En otras palabras, pasaba del nivel de enajenación definido históricamente como femenino, al nivel de enajenación definido históricamente como masculino. Este tránsito se caracteriza por los contenidos del feminismo o movimiento feminista cuya esencia es la masculinización. La mujer imita al hombre necesariamente, porque pretende convivir con él en pie de igualdad, en una sociedad profundamente masculinizada, de aquí la tendencia a convertirse en hombre, y de aquí que la relación entre ambos sea cada vez más equívoca y cada vez más sexual.
La relación entre ambos sexos, como consecuencia de la masculinización de la mujer, ha perdido el contenido y las formas de idealización que tenía desde la Edad Media hasta el Romanticismo incluido. Para las generaciones más modernas Romeo y Julieta es una aberración particularmente porque sustituye el concepto de camaradería por la relación de dependencia a valores ideales que no tienen la pretensión de idealidad. Los jóvenes de hoy son camaradas que trabajan en los mismos sitios, visten la misma ropa, hacen las mismas cosas y tienen diferente sexo. Esto significa la reducción de la vida erótica a la relación falo-vagina, vagina-vagina, falo-falo, según los casos. La sublimación antigua de la mujer y del culto a la mujer procedía de la inaccesibilidad, la ocultación y los modelos mítico-religiosos que orientaban la educación. Es ésta una actitud fundamentalmente occidental y cristiana, asentada en la quimérica idea de pureza y en el hecho estructural de la virginidad. Según este modelo hay virtudes masculinas y virtudes femeninas difícilmente intercambiables cuya relación convierte al acto sexual en una consecuencia que ratifica las diferencias particularmente señaladas por la diferencia entre las virtudes. El cristianismo ha hecho un esfuerzo permanente por ocultar la relación macho-hembra que hay que inscribir en el ámbito de la lucha contra y a veces sublimación de la naturaleza por el cristianismo. La cultura cristiana no ha sabido conectar, con la perfección de la cultura musulmana, el aspecto ideal y el aspecto sexual del amor. Tratados como el famoso Speculum al foder o el De Coitu de Arnaldo de Villanova son exageraciones que están en extremo influidas por los tratos musulmanes sobre el tema. Los pensadores musulmanes podían llegar a comparaciones poéticas y atributos imaginarios de la mujer de extraordinaria belleza junto con la mayor sexualidad. En Occidente tienden a desglosarse ambas cosas: de un lado el "amor lascivo", de otro el "amor espiritual". Incluso en la práctica la diferencia se sostenía, especialmente en España, por la profunda musulmanización de nuestra cultura. El desarrollo de la sociedad industrial ha oscurecido casi por completo el amor del espíritu, que hay que asociar a la decadencia y desaparición del neoplatonismo. La mujer pasó de "sublime belleza deseada" a objeto de exhibición y placer en las clases superiores. Esta degradación equivale a proletarizar a la mujer, pues en la pequeña burguesía y el proletariado el "amor espiritual" se ocultaba y destruía por la necesidad y el placer. La diferencia con la alta burguesía era, sin embargo, grande, pues la mujer proletaria trabajaba, en tanto que la mujer en cuanto simple objeto de la atracción y del deseo, permanecía ociosa. La clase burguesa tendió a musulmanizar a la mujer, el proletariado a liberarla por el trabajo. Las nuevas formas de producción han ocasionado el hecho nivelador y revolucionario de que la mujer trabaje del mismo modo que el hombre. La mujer está dejando de ser simplemente el objeto de la atracción y el deseo. es un trabajador más, con los mismos derechos que el hombre. Pero esto implica la masculinización, la tendencia cada vez mayor hacia la ambigüedad sexual y la destrucción de la familia tradicional. Los niños actuales en Occidente tienen dos padres. La madre se extingue. A su vez la relación paterno-filial se debilita. Los padres cuidan al hijo porque son responsables de su presencia en el mundo, pero la ternura y la vivencia del otro yo, de la continuación de sí mismo, se esfuma lentamente. El destino de la mujer es ser hombre entre tanto que el hombre se va haciendo mujer. La cultura plurisexual es el futuro predecible, según previó, con singular agudeza, Florence Nightingale.

Canto General - Los Libertadores